FABIO JURADO VALENCIA - Oralidad y escritura en la obra de Juan Rulfo



Oralidad y escritura en la obra de Juan Rulfo
ISBN 978-958-9233-54-2
Colección Los Conjurados
Obra pictórica: Santiago Rebolledo

Fabio Jurado Valencia. (Buga-Florida, Valle, 1954). Licenciado en Literatura (Universidad Santiago de Cali); Maestría en Letras Iberoamericanas (UNAM, México); Doctor en Literatura (UNAM, México). Profesor del Departamento de Literatura y del Instituto de Investigación en Educación, de la Universidad Nacional de Colombia. Autor de los libros: Investigación, escritura y educación: El lenguaje y la literatura en la transformación de la escuela; Posadas, México en la poesía colombiana (compilación); La escuela en el cuento (compilación); Rosario Castellanos, esa búsqueda ansiosa de la muerte; Ray Bradbury, literatura fantástica; «El hombre» de Rulfo, polifonía y sociolecto narrativo; Evaluación, conceptualización, experiencias, prospecciones (memoria y compilación); Pedro Páramo de Juan Rulfo: murmullos, susurros y silencios. Coordinador y coautor de los libros: Juguemos a interpretar, Interacción y competencia comunicativa; La escuela en la tradición oral; Culturas y escolaridad; La formación docente en América latina; Competencias y proyecto pedagógico; Trazas y miradas. Participante por Colombia en el Segundo Estudio Regional Comparativo de la Evaluación de la Calidad de la Educación, convocado por el LLECE-UNESCO. 



Presentación



Oralidad y escritura se enhebran en el proyecto narrativo de Juan Rulfo. Su obra se inscribe en la literatura y el arte de la transculturación. El valor estético se apuntala en la fuerza verosímil que produce la escritura al hacernos sentir la oralidad en un aquí-ahora del narrador de historias modulado por la intencionalidad literaria. Este valor deviene de la habilidad discursiva con la cual a la vez que se redescubre la idiosincrasia de las comunidades rurales nos acerca a los universos de las culturas periféricas del mundo. La orfandad, surgida en esta relación, no es solo material (la pobreza y la realidad agreste de hombres y mujeres del campo) sino también y, sobre todo, espiritual-cultural (la desesperanza, el aislamiento y el sentimiento de derrota).

Los silencios, los ensimismamientos y los mutismos son los signos de la frustración en los personajes de Rulfo y todo silencio es habla interior a-sintáctica; el habla nos llega a través de una escritura que moviliza los efectos semánticos de la oralidad; entonces se trata de una escritura oralizada o de una oralidad escriturada con unos matices estéticos que el autor controla (lo hizo hasta que murió en el año 1986: corregir lo que ya se había publicado), porque fue obsesivo en los modos de decir y de acentuar, en la escucha y los tonos del habla coloquial representada en la escritura.

Los cuentos (El llano en llamas, 1953) y las dos novelas (Pedro Páramo, 1955; El gallo de oro, registrado como argumento para cine en 1959, publicado como relato en 1980 y como novela por el editor en 2010) constituyen signos reveladores de la cosmovisión de las comunidades rurales y, sobre todo, posibilitan comprender el remodelamiento de la oralidad a través de la escritura literaria. La caracterización de los procesos de enunciación de los narradores de las obras del escritor mexicano son todavía objeto de investigación, si bien en el año 2012 el trabajo de Françoise Perus (Juan Rulfo, el arte de narrar) abona de manera significativa el terreno de las indagaciones sobre la oralidad ficcionalizada.

En este segundo libro sobre la obra del mexicano Juan Rulfo (1917-1986) nos proponemos mostrar de qué modo la oralidad hace parte de los tonos en los discursos de narradores y personajes, como una estrategia estética diferente a la mera transcripción grafo-fonética de las locuciones de los hablantes de las regiones de la periferia, como puede observarse en los escritores del realismo, el indigenismo y de la revolución que antecedieron a Rulfo; diferente a aquellas obras la escritura de Rulfo acentúa el acto de escuchar y no el acto de leer.

Más allá de este propósito por exaltar la fuerza lingüística con acentos orales se trata de resaltar también los efectos estéticos y éticos de las representaciones literarias, muy propicias para comprender la complejidad del mundo desde imágenes visuales que interpelan la marginalidad; en el caso de Rulfo dichas representaciones devienen de representaciones asociadas con las fotografías, muchas de las cuales constituyen palimpsestos en las obras narrativas.

Carlos Pacheco ya había señalado en La comarca oral (1992), acogiendo los planteamientos de Rama, el carácter transculturador de ese “equipo intelectual” de narradores latinoamericanos que renueva la literatura en América Latina. Pacheco destaca la tendencia a transformar los narradores canónicos en el arte de la novela, y exalta la autonomía de las voces de los personajes rurales y sus visiones ideológicas y culturales en las obras que despuntan en la década de 1950. Es el “neo-regionalismo”, dice Pacheco, que pone al descubierto la marginalidad y la manipulación de los gobiernos pero también la sabiduría de los campesinos y los contrastes con las ideologías del poder, entreveradas en la escritura literaria.

 La “impresión de oralidad”, su representación a través de la escritura transcultural, alcanza su punto más alto en Rulfo, y se reconfirma en Guimarães Rosa, con Gran Sertón: Veredas; Roa Bastos, con Hijo de hombre; García Márquez, con Cien años de soledad; quienes junto con Arguedas –Los ríos profundos– escriben la “ficcionalización de las comarcas orales latinoamericanas” en la perspectiva de representar las dinámicas de la “comunicación intercultural”. Tal proyecto estético apuntó hacia la “ficcionalización de una cultura oral”, tan propia de los países con ancestros indígenas y afros, para develar los conocimientos y las singularidades políticas de sus regiones. La perspectiva etno-antropológica vincula a estos escritores incluso en los ámbitos de la investigación como profesión.

La escritura literaria de la transculturación le demanda al lector una actitud para neutralizar los imaginarios que sobre la literatura ha promovido la educación formal (la literatura como forma de adquirir “cultura” o forma de distinción social); en la escritura literaria de la transculturación el lector trabaja rastreando los implícitos de la narración ficticia oralizada; el lector oye y ve los lugares, las cosas y los sujetos (es la verosimilitud), no como artificios, sino como el efecto de una transcreación del mundo (lo que ocurre en Comala o en Macondo) sin abandonar los referentes culturales de dicho mundo. Se trata de la reconfiguración cultural que la dinámica de la interpretación, en este lector modelizado por las trayectorias hermenéuticas de las obras mismas, hacen posible.